Llegué al cementerio de Uyuni tras cinco días en medio de lagunas de colores, pueblos fantasmas a 4700m de altura, pueblos de arcilla roja, desiertos, volcanes, termas sulfurosas, iglesitas en medio de paisajes desgarradores, el gran salar, demasiadas imágenes, sensaciones, misterios, preguntas, frío y viento. Llegué al cementerio, cansado pero expectante, excitado, desconcertado, llegué y no sabía donde ir primero, el cuadro, un desierto a las afueras del pueblo, montañas lejanas, y decenas de restos fósiles de viejas máquinas, grúas, vagones, en fila, apilados, solitarios, realmente es un lugar para dedicarle todo un día, desde el amanecer hasta la puesta del sol, recabando ángulos, detalles, sombras, texturas, por desgracia el tiempo de permanencia se estipuló en hora y media, nada, crueldad de agencia de turismo, será cuestión de volver si todavía el implacable desierto no se fagocitó las desvencijadas estructuras.
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