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martes, 4 de diciembre de 2012

La cruda belleza de los silencios. Estación Paraná (FCCE), Entre Ríos, Argentina

La tarde del domingo, antes de emprender la vuelta quedó asignada a recorrer la Estación Paraná y su material ferroviario librado a la buena del Señor. La zona aledaña a la terminal fue adecuada según las características que poseía en el pasado, adoquines, pintura y el trabajo de las fachadas enfrentadas que aún conservan los ecos del tiempo esplendoroso que revestían los vecindarios a las estaciones.
Dentro, profunda desolación, contrastante con el permanente bullicio de las terminales de ómnibus, ahí se dibuja con maliciosa claridad la concreción del The Larkin Plan, la aniquilación de los ferrocarriles en el tercer mundo en contraste con el desmesurado aumento de la actividad automotriz y todos sus periféricos.
La agobiante desolación de esa estación, las formaciones oxidándose bajo el clima mesopotámico, el trabajo de miles de operarios despilfarrado, los cientos de millones de..., de lo que se quieran imaginar, sueños, esfuerzos, pesos, abandonados bajo un desesperante silencio, duele, duele y mucho.
Desgraciadamente el día no laborable me impidió ver que había en los talleres de los TEA, sé que ahí han recuperado del silencio y en silencio varias formaciones, pequeñas epopyas en medio de una historia de debacles.
La vuelta siempre se torna difícil, luego de transitar tanto volúmen de desinterés, negligencia y estupidéz, pero una vuelta siempre implica la posibilidad de una nueva ida, de una nueva búsqueda, que intuyo tendrá lugar muy lejos de aquí, muy lejos tan solo en kilómetros, muy cerca, demasiado cerca en el relato de otro suicidio ferroviario.


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